Sobre el proceso de integración europeo y la cooperación internacional, algunos problemas a solventar
Mapa con los Estados de la UE - wikipedia |
La crisis iniciada entre 2007 y 2008 ha conllevado una gran
preocupación internacional para evitar respuestas parecidas a las
experimentadas con la crisis posterior al crack del 29. Esta vez, por suerte,
se ha conseguido frenar de forma bastante efectiva el aumento de las políticas
proteccionistas (salvo en algunos Estados), sobretodo gracias a
instituciones como la Organización Mundial del Comercio (OMC o WTO en
inglés).
El mantenimiento las libertades alcanzadas (del sistema liberal)
necesita de acuerdos supranacionales que en Europa se manifiestan de dos
maneras (o niveles) distintas. Por un lado hay que analizar los acuerdos
entre la UE y terceros Estados (Derecho internacional propiamente dicho) y,
por otro, hay que mirar los acuerdos entre Estados miembro de la UE
(Derecho internacional comunitario).
Tanto en un caso como en otro existe un problema de base muchas veces
obviado, que se refiere al nivel de cooperación existente en estas iniciativas.
Es cierto que los Estados están llevando a cabo medidas útiles para redirigir
el crecimiento mundial a cifras más positivas, e intentando de forma
bastante poco eficiente cierta sostenibilidad, pero también es cierto
que la colaboración existente nace más de una motivación egoísta por parte
de los Estados que de un sentimiento de pertenencia a un mercado capitalista
compartido. Es decir, los dirigentes que deben cooperar entre ellos saben
que llegar a acuerdos aportará un nivel de crecimiento económico más alto, pero
también que dichos acuerdos forman parte de una negociación que
crea un valor añadido, y que este valor nacido de los acuerdos es, o puede ser,
repartido de forma desigual. Por lo tanto, los Estados compiten para
hacerse con más y más cuota del valor creado mediante estos acuerdos
internacionales, hecho que frena buena parte de los avances, debido a que la
confianza entre éstas es muchas veces ínfima.
Esta falta de confianza tiene menor impacto en la UE que en la
comunidad internacional, pues los Estados miembro tienen relaciones muy
estrechas que permiten al Estado caído hacer caer a los otros, tal como
demuestran los rescates. De todos modos, la desconfianza en la misma UE
también existe, ejemplo de ello son los rumores respecto a la creación de dos
UE a distintos niveles, la expulsión de Estados de la UE, la recuperación del
marco alemán, la salida voluntaria de UK, etc.
Bajo mi punto de vista, en la UE el problema principal no es la falta
de confianza, pues la interconexión económica de sus miembros es tal que no
cabe otra que cooperar. El problema viene, básicamente, en la consolidación
y madurez del mercado único. Es decir, actualmente tratamos a la UE como si
de un mercado único se tratara y, de hecho, la normativa comunitaria da por
hecho esto, repitiendo este principio tanto que parece que quiera
autoconvencerse de ello, pero ¿Realmente estamos en un mercado único en la UE?
Bajo mi punto de vista la UE no es un mercado único completo, pues se
encuentra segmentado de facto y así seguirá durante unos años más.
Es posible, y más nos vale, que la actual crisis sea solventada
mediante la mejora de la integración que estamos intuyendo hoy en día (como
la supervisión bancaria y otras medidas) y no la desintegración y pérdida de
confianza y solidaridad que algunos sectores euroescépticos están promoviendo.
Un buen ejemplo del euroescepticismo es Nigel Farage del UK Independence Party,
remarco el caso británico por ser un candidato a abandonar la UE.
Los motivos que llevan a pensar que en Europa no tenemos un mercado
único son varios. En primer lugar, tenemos distintas culturas del trabajo,
con comunidades que provienen de una fuerte corriente neoliberal y otras que
han sido feudos claramente favorables a la protección del trabajador y el
capitalismo social, incluso con importantes movimientos comunistas. En segundo
lugar, también hay grandes diferencias de política fiscal, ya que unos
Estados se preocupan muy especialmente por el control del déficit público y
la inflación, mientras que otros se despreocupan de estas cuestiones; por
ejemplo, en España se recurrió a la deflación de la peseta en repetidas
ocasiones para salvar los problemas de endeudamiento, mientras que en otros
Estados se ha evitado a toda costa llegar a ciertos umbrales de endeudamiento.
En tercer lugar, las barreras lingüísticas en la UE son muy fuertes,
puesto que una cosa es poder ir a un Estado miembro vecino y la otra poder
ocupar puestos de trabajo relevantes si no hablas el inglés y, en especial, la
lengua propia de cada Estado. En cuarto lugar, las barreras administrativas,
pues si bien es cierto que hay libertad de empresa también lo es que las
compañías deben adaptarse a cada una de las unidades administrativas existentes
a día de hoy (aumentando costes en asesoramiento, tiempo, eficiencia en la
gestión diaria, etc). En quinto lugar, la presión fiscal de cada Estado
miembro varia según nos hallemos un lugar u otro de la unión.
Hemos visto cinco ejemplos que nos permiten decir que la UE no tiene
un mercado único, pero cabría citar otros de menos importancia como las costumbres
de cada país. El efecto de esta situación es que, debido a estas barreras,
no se puede gobernar de forma uniforme, puesto que cada uno de los segmentos
del mercado requiere medidas individualizadas, pongamos un ejemplo de ello.
Con la crisis algunos Estados miembro tenían un problema o varios,
pero la cuestión es que todos ellos tenían un problema que sobresalía por
encima de los otros y que, por tanto, debía ser el primero en solventarse. Este
problema principal variaba según que segmento del mercado mirábamos, en unos
Estados el problema principal fue el déficit y en otros el paro y/o el
crecimiento. Los primeros requieren una reducción de la deuda pública,
pero los segundos requieren un aumento del gasto público para reducir el
paro y posteriormente ya se encararía el aumento de la deuda. El problema fue
doble, pues se impuso a los países con alto paro que se centraran en el déficit
y todo ello con el agravante de que las pocas medidas que se tomaron para
reincentivar la economía no fueron tomadas bajo parámetros de inversión,
simplemente de gasto.
Otro ejemplo de la segmentación del mercado y el egoísmo de unos sobre
los otros es el siguiente. Cuando España (u otro Estado sobreendeudado)
históricamente requería reducir el déficit y la deuda pública reducía el valor
de su moneda para aumentar las exportaciones y tener saldos positivos con el
que pagar el principal y los intereses, pero con la moneda única esta medida se
pierde. Aún así, esto no es insalvable, una opción es reducir el coste de
producir en España mediante una reducción de los costes públicos asociados al
trabajo, pues esta competencia sigue siendo a nivel de Estado. Por lo tanto, si
no puedes utilizar la deflación de la moneda te queda la devaluación fiscal
que se consigue subiendo el IVA y bajando las cotizaciones a la Seguridad
Social, de este modo se reduce el consumo interno (sobretodo las importaciones)
y se sube la exportación.
La pregunta de porqué no se ha utilizado esta medida reside en la
segmentación del mercado y los intereses partidistas. La medida expuesta, como
muchas otras, aumenta el riesgo de impago y requiere un tiempo para producir
sus efectos, pero los acreedores de España (Alemania y Francia, con
especial intervención de los bancos alemanes) no están dispuestos a ello, prefieren
subir la presión fiscal para asegurarse, al menos, que cobran parte de la deuda,
con el efecto de hundir el crecimiento de los deudores. Buen ejemplo de ello es
la situación de Grecia o la actual disminución de los ingresos públicos que
está sufriendo España tras las medidas de austeridad.
Hay que destacar que este punto de vista no pretende ser la verdad
absoluta, simplemente se trata de subrayar los problemas. Tampoco es un ataque
a la estrategia de austeridad, pues otros casos han sido la medida correcta
(Islandia con matices salió bien parada, en Irlanda la austeridad está
funcionando mejor que en España o, ya hace años, el caso inglés con Margaret
Thatcher al frente consiguió salir de su crisis con medidas claramente de
austeridad). Más bien se trata de entender que no todo es blanco o negro, pues
seguramente la vía correcta es tomar una decisión con convicción y aplicarla
con intelecto y reflexión, a diferencia de lo que estamos viendo
continuamente estos últimos años. Todo esto nos lleva a una conclusión, el
problema europeo no es uno sólo, sino la convergencia de un factor cíclico y
otro de error de diseño.
Si cogemos estas ideas y las trasladamos a nivel mundial nos
encontramos con un proceso de globalización imperante en todos los Estados,
incluso en sitios como Venezuela, Cuba o China. Esto se interpretó y se sigue
interpretando por muchos economistas como el paso necesario a una economía
capitalista que produce, por naturaleza, el crecimiento del bienestar social.
Si miramos China, India o Brasil veremos que actualmente hay mucha población
que vive mejor ahora que antes de su desarrollo económico, pero esto no
significa que debamos imponer el modelo sin ciertas precauciones. Uno de los
aspectos que se evita en este debate es el papel de la madurez y culturización
de la población en un proceso de globalización con reducción del papel
paternalista del Estado, puesto que una economía neoliberal necesita que la
ciudadanía tenga los instrumentos necesarios para competir, como es un
cierto grado de conocimiento. Posiblemente, para explicar esta cuestión podemos
utilizar el actual modelo chino, allí se ha impuesto el modelo capitalista casi
de la noche a la mañana, pero el gobierno mantiene el poder político
incondicionalmente. Esto tiene una explicación, pues en los países occidentales
el proceso hacia el actual modelo económico fue progresivo y la ciudadanía fue
madurando a medida que el sistema económico evolucionaba, pero en China esto
podría dar lugar a graves conflictos civiles, incluso armados, debido a no
tener un camino gradual hacia el modelo neoliberal actual.
Esta situación, tanto a nivel mundial como europeo desemboca en dudas
sobre el posible desmoronamiento del Estado del bienestar. Soy de la
opinión que una globalización y disminución del papel del Estado a niveles
prácticamente irrisorios no tiene como resultado inevitable acabar con los
derechos básicos del ciudadano. El problema es cómo llegamos al final de este
proceso, pues creo que si el camino hacia ese punto es controlado, podemos
conseguir que la madurez del modelo permita que todo ciudadano tenga acceso a
la educación, sanidad y demás derechos mínimos, aunque el papel del Estado
pierda gran parte de su sentido actual.
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