Reflexiones sobre el deber de cooperación y el egoísmo estatal en el proceso de integración europeo


A día de hoy la UE tiene un entramado jurídico complejo, por suerte cada vez más armonizado y coherente, pero sigue mostrando una imagen irreal sobre la realidad del ciudadano de a pie.

El proceso de integración europeo responde a la necesidad de Europa para hacerse valer a nivel mundial. El peso de ciertos Estados históricamente influyentes pierde valor con el crecimiento económico y poblacional de otros países. Ejemplo de ello es el desarrollo de China, India, Brasil, del proceso de unión de Estados sudamericanos, del sudeste asiático, etc. El problema actual en Europa no es tanto la consecución de normas comunitarias como el de consecución de un mercado con plena movilidad e interconexión. Es cierto que existe un mercado único en lo teórico, pero también lo es, por desgracia, que el mercado único europeo en la práctica está segmentado.
Que un mercado esté segmentado significa que el funcionamiento económico en sus distintas regiones (Estados miembro o incluso territorios más pequeños) no funciona de forma uniforme. Es decir, las características de un Estado miembro y otro son tan dispares que muchas normas aprobadas, tomando en cuenta la existencia de un mercado único, tratan como igual supuestos distintos y esto produce deficiencias.

Por lo tanto, actualmente tratamos a la UE como si de un mercado único se tratara y, de hecho, la normativa comunitaria da por verdadera esta premisa, repitiendo el principio de mercado único tanto que parece que quiera autoconvencerse de ello. Pero, como decía, bajo mi punto de vista la UE no es un mercado único, se encuentra segmentado y así seguirá durante unos años más. Espero que la actual crisis sea solventada mediante la integración y no la desintegración y pérdida de confianza y solidaridad que algunos sectores euroescépticos están promoviendo. Aunque lo más preocupante no es tanto el sector euroescéptico como los europeístas partidistas o demasiado alejados de la realidad.

Los motivos que llevan a pensar que en Europa no tenemos un mercado único son varios. En primer lugar, tenemos distintas culturas del trabajo, con comunidades que provienen de una fuerte corriente neoliberal y otras que han sido feudos claramente favorables a mantener y aumentar el Estado social y la protección del trabajador. En segundo lugar, en política fiscal también hay grandes diferencias, unos Estados se preocupan muy especialmente del control del déficit público y la inflación, mientras que otros se despreocupan de estas cuestiones; por ejemplo, en España se recurrió a la deflación de la peseta en repetidas ocasiones para salvar los problemas de endeudamiento, mientras que en otros Estados esto se ha evitado a toda costa. En tercer lugar, las barreras lingüísticas en la UE son muy fuertes, puesto que una cosa es poder ir a un Estado miembro vecino y la otra poder ocupar puestos de trabajo relevantes si no hablas el inglés y, especialmente, la lengua propia de cada Estado. En cuarto lugar, las barreras administrativas, pues si bien es cierto que hay libertad de empresa también lo es que las compañías deben adaptarse a cada una de las unidades administrativas existentes a día de hoy (aumentando costes en asesoramiento, tiempo, eficiencia en la gestión, etc). En quinto lugar, la presión fiscal de cada Estado miembro varia según nos hallemos un lugar u otro de la unión; casos como el nivel de presión fiscal entre Bélgica y Francia es buen ejemplo de ello.

Los efectos de tratar una economía segmentada como si de un mercado único se tratara provoca graves perjuicios económicos, básicamente a los sujetos no influyentes como (a día de hoy): Italia, Irlanda y sobretodo España, Grecia y Portugal. Desde la crisis iniciada a principios de 2008 los ejemplos de este problema son varios.

Uno de los ejemplos gira alrededor de las políticas necesarias para combatir la crisis. Al iniciarse la crisis casi todos los Estados miembro tenían varios problemas, pero la cuestión es que todos ellos tenían un problema que sobresalía (de hecho deberíamos hablar en presente) sobre los otros y que, por tanto, debería ser el primero en solventarse. Este problema principal variaba según que segmento del mercado mirábamos, en unos Estados el problema principal fue el déficit y en otros el paro y el crecimiento. Los primeros requieren una reducción de la deuda pública, pero los segundos requieren un aumento del gasto público para encarar el paro y posteriormente ya se solventaría el aumento de la deuda. El problema fue doble, pues se impuso a los países con alto paro que atajaran el déficit; y ello con el agravante que supusieron las pocas medidas que se tomaron para reincentivar la economía, debido a que no fueron tomadas bajo parámetros de inversión, simplemente de gasto (pan para hoy hambre para mañana).

Otro ejemplo de la segmentación del mercado y el egoísmo de unos sobre los otros. Cuando España (u otro Estado sobreendeudado) históricamente requería reducir el déficit y la deuda pública reducía el valor de su moneda para aumentar las exportaciones y tener saldos positivos con el que pagar el principal y sus intereses, pero con la moneda única esta medida se pierde. Aún así, esto no es insalvable, una opción era reducir el coste de producir en España mediante una reducción de los costes públicos asociados al trabajo, pues esta competencia sigue siendo a nivel de Estado. Por lo tanto, si no puedes utilizar la deflación te queda la devaluación fiscal, que se consigue subiendo el IVA y bajando las cotizaciones a la Seguridad Social, lo que reduce el consumo interno (sobretodo las importaciones) y sube la exportación. Esta medida ha sido expuesta con claridad por Xavier Sala-Martín, pero sorprende ver como los políticos no han tratado el tema como se merece.

La pregunta de por qué no se ha utilizado esta medida reside en la segmentación del mercado y los intereses partidistas. La medida expuesta, como muchas otras, aumenta el “riesgo de impago” y requiere un tiempo para producir sus efectos, pero los acreedores de España (Alemania y Francia, principalmente los bancos alemanes) no están dispuestos a ello, prefieren subir la presión fiscal para asegurar, al menos, que cobran parte de la deuda, con el efecto secundario de hundir el crecimiento de los deudores. Buen ejemplo de ello es la situación de Grecia o la actual disminución de los ingresos públicos que está sufriendo España tras las medidas de austeridad. ¿Realmente economías como la española deben hacer lo que han hecho? ¿No será que las medidas económicas las toman gente desconocedora de las necesidades de los Estados miembro? ¿España debe salir de la crisis con las mismas medidas que lo haría Alemania?

En definitiva, Europa se encuentra segmentada, con unos Estados gobernando a otros bajo el desconocimiento y la lejanía, lo que produce iniciativas que no responden a un interés a nivel europeo ni a las necesidades de los Estados endeudados, pues los Estados acreedores temen un impago generalizado que les provoque graves pérdidas, pero paradójicamente esto puede ser la opción más perjudicial para todos, incluida Alemania. Por lo tanto, la solución pasa por dar más poder a Europa, pero una Europa equilibrada, que no busque intereses partidistas y, también, teniendo en cuenta el peso real de cada Estado. Es decir, aumentar el nivel de integración a fecha de hoy con una infrarepresentación de Estados miembro como España e Italia sería la muerte anticipada de la UE. Miremos el PIB de las distintas economías y no las infravaloremos por la deuda, puesto que al poco tiempo, cuando los territorios castigados por la situación actual resurjan (ya veremos si a corto, medio o largo plazo) no les interesará el proceso europeo.

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