Política errática por falta de disociación entre lo mercantil y lo moral
La crisis económica
tiene su origen en una etapa de expansionismo de la mercantilización en
sectores que antes no se organizaban por incentivos económicos, desde la
educación hasta la sanidad. Hoy en día, la mayoría de obligaciones morales
antes ejecutadas sin compensación alguna han pasado a estar incentivadas de
algún modo económicamente evaluable.
Esta nueva forma de
entender el comportamiento ciudadano responde al triunfo de las ciencias
matemáticas o “exactas” sobre las ciencias sociales y ello también se refleja
en el ordenamiento jurídico. Cada nueva ley que se aprueba, ya desde hace
bastantes años, supone un aumento de rigidez jurídica, con procedimientos
tasados que a medio y largo plazo producen víctimas del sistema, justificadas
por el interés general. Sin embargo, estos errores del sistema se podrían
evitar con una regulación más flexible y acorde con el sentido común, sin
menoscabo del interés general (e incluso sin menoscabo de la necesidad de especialización
sectorial).
Tanto la
mercantilización del comportamiento ciudadano a través de incentivos, como el
intento de crear ordenamientos jurídicos eficientes económicamente, son
ejemplos de cómo la política a perdido sus raíces filosóficas y humanísticas.
El comportamiento éticamente correcto y el sacrificio individual por el bien
común han dejado de ser una cuestión importante, para dar paso a la
justificación meramente económica de toda decisión política.
A pesar de todo
ello, el problema no es que aumente el uso del conocimiento económico para tomar
decisiones políticas, sino que éstas acaben por abarcar todos los sectores en
que interviene el ciudadano.
Escena del mural Escuela de Atenas - Rafael Sanzio |